La civilización Harappa floreció en el valle del Indo y alcanzó su punto máximo en el tercer milenio antes de Cristo. Su territorio se extendía a varios miles de kilómetros cuadrados, mucho más grande que sus contemporáneos en Egipto y Mesopotamia. Desarrollaron un sistema de escritura y saneamiento urbano sin igual hasta el Imperio Romano.
Sin embargo, alrededor de 1900 a.C. su civilización entró en decadencia. La población emigró abandonando sus ciudades. Los investigadores han atribuido esto a las invasiones arias del norte o las interrupciones en los ciclos del monzón que duraron 200 años y que hicieron imposible la agricultura. Sin embargo, otros factores puedan haber tenido un papel en el declive, como terremotos o problemas de salud.
La desaparición de civilizaciones antiguas ha intrigado durante mucho tiempo a los que vinieron después. Muchas colapsaron debido a la sobreexplotación o factores externos como invasiones, explosiones volcánicas, tsunamis y cambio climático. Esta historia trata sobre otra causa natural, una que está afectando nuestra forma de vida hoy: la epidemia.
Se sabe que la propia civilización con su creciente urbanización, migración a las ciudades y estrecho contacto cultural también ha presentado nuevos desafíos de salud para la humanidad. La evidencia esquelética y molecular ha demostrado que la tuberculosis circuló ampliamente en las poblaciones del sur de Asia durante miles de años. Su grado de latencia indica su probable causa al origen de la vida urbana que en Harappa data de 8000 a.C.
Los restos óseos estudiados del periodo tardío de Harappa muestran que tanto la lepra como la tuberculosis habían infectado alrededor del 15% de la población. Se sabía que la tuberculosis estaba presente en Egipto desde el siglo IV a.C. y que en la India se encontraron indicios de lepra que datan del 2000 a.C. Esto impulsó la investigación sobre enfermedades en épocas anteriores.
Los investigadores encontraron que las enfermedades infecciosas en la civilización Harappa se correlacionaban con los niveles cambiantes de tensión económica, social y ambiental. La lepra se extendió poco durante el período urbano, sin embargo, los tiempos posurbanos vieron un aumento en los riesgos para la salud. Esto es contra intuitivo, ya que podría esperarse que un contacto urbano extenso empeore los riesgos de contraer infecciones. Sin embargo, parece que durante la fase urbana el patógeno de la lepra era bastante poco común y así era para la infección en general que se mide en poco más del 4%, una cifra mucho menor que el 15% de la era posurbana.
La explicación que se ofrece es que el deterioro de las condiciones en las ciudades después de 1900 a.C. provocó una despoblación masiva. Los que se quedaron sufrieron un aumento de los problemas de salud y un entorno más violento evidenciado en los restos óseos. Esto probablemente se debió al debilitamiento de la protección social y a las condiciones más insalubres en un entorno degradado.
En conclusión, el aumento de los problemas de salud no fue tanto una causa de la desaparición de la sociedad Harappa sino más bien una señal de su colapso. ¿Esto nos dice algo sobre la actual pandemia mundial?
Los Aztecas
En el Valle de México la sociedad azteca desarrolló una civilización entre los siglos XIV y XVI. Sus precursores fueron civilizaciones como la olmeca, teotihuacana, maya y tolteca que habían estudiado cosmología, agricultura, ingeniería, ciencia, arte y arqueología. La invasión española del imperio azteca en 1520, cuando un número relativamente pequeño de conquistadores derrotó a miles de guerreros de Moctezuma, le dio su toque de gracia.
Los españoles estaban mejor equipados con armas de fuego y montados en caballos, pero su victoria tan abrumadora sobre un pueblo tan organizado y populoso sigue siendo sorprendente. Algunos escritores han sugerido que la creencia azteca que los españoles a caballo eran dioses contribuyó a su vencimiento. Las malas tácticas militares y la división política entre los defensores también se aducen como motivos de su derrota. Sin embargo, un elemento que jugó un papel central en la conquista fue las enfermedades que los españoles trajeron a América, particularmente la viruela.
A diferencia de los invasores, los aztecas no tenían inmunidad a las enfermedades traídas de Europa y el biógrafo de Hernán Cortés, de Gomara, señaló que la población local comía y dormía muy agrupados lo que aseguraba la rápida propagación de la infección. Esto debilitó tanto al pueblo azteca que conquistarlo dependía de la táctica en lugar de la fuerza, lo que empoderaba a los conquistadores y aseguraba el colapso de la civilización nativa.
Hubo brotes de otras enfermedades europeas en Mesoamérica como el tifus, la malaria y el sarampión, pero en 1545 y 1576 un patógeno nuevo asaltó la civilización azteca. Los Aztecas lo llamaron cocolitzli y sus síntomas se distinguían claramente de la viruela según el epidemiólogo mexicano Acuña-Soto. Los paleopatólogos moleculares del Instituto Max Planck han conjeturado que esta enfermedad era de hecho la salmonela, ya que se ha encontrado la bacteria salmonela entérica en los dientes de las víctimas de cocolitzli. Esta enfermedad puede haber sido importada por los invasores europeos a través de sus animales domésticos.
Dr. Stahle de la Universidad de Kansas ha arrojado luz sobre la propagación de la infección al analizar los datos dendrocronologicos y concluir que durante un período de sequía de 1570 a 1578, las lluvias periódicas atrajeron roedores a los suministros de agua. Estos eran más abundantes alrededor de la capital densamente poblada, Tenochtitlan. Los roedores eran portadores de la enfermedad y propagaron la fiebre hemorrágica, cocolitzli, a la comunidad azteca de la que se estima que murieron más de 10 millones. Sumado a la infección por viruela, un total de más de 20 millones de aztecas murieron a causa de los patógenos.
Una vez más, hay evidencia aquí de una civilización en colapso indirecto por culpa de una pandemia. La sequía, junto con una invasión militar europea y las enfermedades, acabaron con el poderoso imperio azteca. La enfermedad jugó un papel secreto e insidioso en el declive, como un enemigo invisible esperando para aprovechar la debilidad. ¿Es la pandemia una señal biológica de que la civilización misma está enferma?
La plaga de Justiniano y la peste negra
La primera ola de la plaga que afectó al Imperio Romano oriental se llamó Justiniano por el emperador de Constantinopla. Fue una epidemia paneuropea que surgió en Asia y arrasó en Europa entre 541 y 750 d.C. Existe una disputa sobre la cantidad de vidas que cobró. Algunos hablan de más de 20 millones mientras que otros dicen que esto es exagerado, ya que hay pocas evidencias biológicas. Los datos del polen muestran que la plaga tuvo poco impacto en la agricultura y la producción de cereales, que son medidas referenciales del tamaño y estabilidad de la población. Las monedas continuaron circulando y no se han encontrado fosas comunes. Todo eso lleva a algunos investigadores a concluir que la pandemia fue mucho menos letal en tiempos de Justiniano que durante la peste negra del siglo XIV, aún causada por la misma bacteria yersinia pestis. Sin embargo, la suposición de que ambos tuvieron el mismo efecto devastador no está respaldada por pruebas biológicas.
Como en epidemias anteriores, la diferencia entre la primera ola epidémica y la de la Edad Media puede tener su raíz en el auge de la civilización misma. El comercio establecido en Eurasia por las Rutas de la Seda, especialmente la ruta marítima, fueron probablemente los caminos que siguieron el virus en el siglo XIV. La peste negra se originó en Asia Central y las rutas comerciales la llevaron a Crimea en 1346, transportada por pulgas de ratas negras a bordo de barcos.
El mecanismo de transmisión era desconocido para la población de la Europa medieval por lo que la combatieron a través de otros medios ineficaces. Los médicos prescribieron ramilletes de plantas aromáticas, los fundamentalistas lo interpretaron como un castigo de Dios y los flagelantes se azotaron. Se organizaron pogroms contra las minorías judías porque estaban relativamente al margen del patógeno. (De hecho, la comunidad judía escapó de la infección porque tenía prácticas higiénicas más elevadas que sus contemporáneos). La ignorancia contribuyó no solo a no a detener la pandemia, sino a propagarla. ¿Es esta una lección para hoy?
La plaga medieval, por otro lado, no derrumbó la civilización en Europa, sino que condujo a la adaptación y al cambio económico. Se estima que el 30% de la población se perdió y esto favoreció a los sobrevivientes. El aumento de la movilidad social significó que los campesinos podían dejar sus propiedades, ya que la tierra era abundante y los salarios altos. Debido a la falta de una mano de obra, la innovación tecnológica que ahorraba mano de obra condujo a una mayor productividad y un cambio agrícola desde cultivos intensivos a mano a la cría de animales. La servidumbre desapareció gradualmente y el sistema feudal nunca se recuperó. Sin embargo, la civilización sobrevivió a través del proceso darwiniano de transformación adaptativa. Quizás eso ofrece esperanza para la terrible pandemia de hoy, si somos capaces de adaptarnos a las nuevas circunstancias.